jueves, 6 de mayo de 2010

cuestiones venenosas

Cuestiones de adicción. Ser adictos nos mata suavemente. Nos consume. Las relaciones venenosas son adictivas. Se generan desde el centro insano y carente. Desde el lugar del no querer cortarlas. Desde el afecto trabado. Desde la forma en que conocemos el dar y el recibir. Va un silogismo internacional. La palabra droga en Brasil significa mierda. Si la relación es una droga. Entonces es una mierda. Y tenemos que estar muy bajos de autoestima para aceptarla. No hay recetas mágicas para escapar de eso. Si, aprendí algunas herramientas básicas. Aunque a veces no pueda evadirme de ellas. Cambiar el universo, cambiar de hábitos, otros grupos, otra realidad periférica, pero sobretodo descubrir que hace bien y apostar a eso. La apuesta es siempre a favor de uno. Sin excusas, sin límites establecidos, hasta sin sentirlo. Porque lo que realmente se siente es la necesidad de cambiar. Cuando se tiene incorporado lo sano, todo se acomoda en función de eso. Es como hacerle un pedido al cielo. Vuelve. Siempre vuelve. El punto más sobresaliente creo que es el goce y el deseo. Se goza con el veneno y se vacía la búsqueda. Entonces siempre se encontrará más veneno porque la droga se encuentra fácil. El deseo es más completo. Completa una relación. Le da vuelo. Le da ganitas de seguir volando. Une más que atrapa. Ambiciona más que conforma. Algunos claudican en la búsqueda por motivos insanos. Miedo, orgullo, intolerancia, mal humor, venganza, conformismo, maltrato, capricho, cero proyecto, cero estímulo, cero cambio, cero evolución. La realidad es que es más fácil pensar bien a perderse en pensar mal. Si no se cambia el enfoque, se encuentran pares símiles y perdura la búsqueda en ese sentido. Ternura, comprensión, coraje, buen humor, perdón, ambición, buen trato, tolerancia, cien proyectos, cien estímulos, cien cambios, cien evoluciones. Crean el marco en donde se pinta la conexión. Crean más vida compartida. No hay nada más gratificante que sentir eso.

martes, 13 de abril de 2010

cuestiones chismosas

Para jugar; los chicos quieren chicos. Compartir desde el afecto está bueno, pero ellos quieren pares y chiches. Recuerdo la peli francesa “El juguete” con Pierre Richard. Excelente visión del mundo del niño. El sujeto siendo objeto y volviendo a ser sujeto. A veces, dejamos nuestros mundos de adultos donde las apuestas son más fuertes y los sueños más complejos para despojar la carga cotidiana y cambiar el dial hacia lo inocente. Entonces conectamos. Volvemos a ser peques y jugamos. Se sabe según los gnomos que para los humanos nada es suficiente. Para los niños, en la escala formativa de la conciencia, la cuestión es peor. Creo que para ser papá esa es la condición. Juegos y límites en el marco del amor. Decir que no también resulta provechoso para todos. Es complicado. Se dice que no deseando un sí y viceversa. El norte de la decisión es siempre el beneficio mayor. Hay que transar con miedos más propios que ajenos. Con cuestiones familiares que deforman formaciones. Con las faltas de los amiguitos. La agresividad latente en los entretenimientos. En todos los asuntos se forma y se conforma la conciencia. Soy un payaso para los míos. Y como poco me importa que digan, porque siempre van a hablar; sigo siéndolo. Esta tarde volaron algunos chismes detrás de mí. Frente a la chusma parece que resulto ser más padrino que padre. Rodeado de miradas que buscan incansablemente que me equivoque. El niño llora y el papá lo entiende pero no lo consiente. Cuando me duelen los oídos, entrecierro los ojos y me critican. Todavía hay personas así. El conventillo aglomera voluntades. Un deporte que consideraba en desuso. Contengo el rugido. Hablan y hablan detrás sin otro sentido que perder el tiempo en justificar la moralidad. Me tomo un minuto para abstraerme porque no me ocupo de entender a quienes se ocupan de las cuestiones ajenas. Pero, francamente, me sé distinto. Como en otro plano. Si la culpa no se busca no se encuentra. Se lo cuento a la mayor. Me mira y nada me dice. Al rato, pues los niños tienen un GPS más sensible, increpa a una chusma y dice.
---Mi papucho no escucha bien cuando hablan cosas lindas de él---
Siempre me quedan mis huestes valientes. Entonces, digo algo que nunca se dijo que pasó y siempre se dice que pasó.
Ladren Sancho señal de que cabalgamos.

sábado, 27 de marzo de 2010

cuestión de aventuras


En las fotos me descubro diferente. Un trozo de jean que servía de parche. La vida enmendada. Fui el segundo de la zaga. Ligaba la pilcha heredada y los libros del mayor. Para colmo de males él era prolijito y ordenado. A mí jactaban otras cosas. Mi alegría calentaba el sol. Las tostadas de la abuela y el amor en mermelada. Mi planta naranja lima .La tele en blanco y negro que me chorreaba colores. El zorro que siempre huía del capitán Monasterio. Meteoro. El capitán escarlata. Isidorito. Pepe Curdeles, jurisconsulto y manchapapeles, que se reía. Mi abuela preguntando si Soldán la veía y sabía que ella lo adoraba. Toda esa magia en mis retinas hicieron recuerdos. La sonrisa de la más fuerte del grado. Aquellos puchos afanados. La plaza como club natural de encuentros. El primer beso. Las rodillas con frutillas. La bandita de la cuadra. Las bicis con palitos en los rayos para jugar a que tuvieran motor. Los abiertos de paleta con redes de arpillera. Los carritos de rulemanes y la barranca de Urquiza. Andar sin miedos. La mente fresca y el cuerpo de goma…
Eramos unos cuantos para jugar. Nenas y nenes. En aquella época las nenas no jugaban al fútbol y se complicaba inventar un juego para todos. Después de las deliberaciones, se votaba. Las escondidas, el basta, las bicis, ring-raje. Todo aquello también cansaba. Entonces, reinventamos. Coincidimos en dar una vuelta a la manzana por los techos de las casas. Viviamos en una calle cortada, club social y natural que abría sus puertas a la hora de la siesta. La consigna era arrancar la travesía por lo de Guiyo siguiendo por lo de Rodri, luego la casa de Ladio, el taller de Chicho, la esquina del gordo Juan, lo de Ricki y terminando por lo de Javier y Jandro. Esa casa tenía conexión por la cortada. Nos animamos siete. Tres osadas y cuatro tunantes. Iniciamos sorteando el primer escollo con éxito rotundo. El perro de Guiyo que era bravo dormía el calor del verano. Seguimos sin novedades por lo de Rodri. Contando anécdotas, riendo bajo y en hurtadillas. Luego por lo de Ladio, el venía con nosotros, y fué fácil. Se sumó ahí Kimba, un gato blanco conocedor de tejados. El taller de Chicho estaba cerrado entonces el ruido no despertó sospechas de la travesía. A esa altura del recorrido estábamos satisfechos. Hicimos un pequeño picnic en el techo de lo del gordo Juan. Sacamos la cantimplora y le dimos al nesquick con óperas. Nos costó llegar a lo de Ricki porque la medianera estaba alambrada. Ahí Clarisa se cortó y Poppy le hizo un siete al pantalón. Guiyo se asustó y desertó. Se fue con Marisol y Ricki. Nos quedaba el último tramo. Hacía calor. Saltamos a través de un árbol cómplice detrás de los pasos de Kimba. Pasamos Los cuatro restantes al techo de lo de Javier y Jandro. Faltaba poquito para llegar. La casa estaba un poco caída. Eran techos de chapa. Crujían. Ni los del teléfono querían pasar por ahí. Ni el abuelo de Javier y Jandro, Don Eliseo, había subido después de hacerlo. Hacía treinta años de eso. Nosotros pasamos igual. Al llegar a la mitad, el techo se derrumbó. Caímos Poppy y yo al lado de la cama de Don Eliseo que dormía una siesta. El sitio se llenó de caos. El ruido despertó la ira. El viejo agarró la chancleta entre el polvo y las chapas. Nosotros nos sentimos caer en una trampa. Desesperados, Poppy le tiró un almohadón y yo sin una zapatilla corrí como si fuera por la medalla de oro.
--Rajemooooooos!!!!!!!!--- dije
-- Voy a llamar a la policería--- gritaba el viejo.
Por suerte no veía bien sin sus lentes. Aquello facilitó nuestro escape. Al pasar por lo de Amelia, tiré la otra zapatilla. Los otros abrieron la puerta y zafamos. Corrí hasta casa en diez segundos. Tomé unas ojotas, me cambié la remera blanca por una verde y salí.
Afuera estaba el barrio convulsionado. La policía venía en camino. Se escapaba mi corazón por la boca. Mi vieja y mi hermano me preguntaban si yo tenía algo que ver. Don Eliseo despotricaba.
---Eran unos ladrones. Estaban armados. Uno tenía la remera blanca y se le escapó una zapatilla.---
Era mi fin. Cabeceé y le guiñé el ojo a Jandro. Me entendió de toque. Corrió hasta lo del abuelo y se hizo de la prueba del delito tirando la zapatilla a lo de Ricki. Con suerte de novato quedó enganchada en un cable. Al volver a la reunión de vecinos, le ví la cara de preocupado. Estaba a la vista. De pronto, nos salvó un aguacero.
--- Vamos…vamos. Acá no pasó nada.---arengó la policía al enterarse.
No vieron las zapas. Nadie confesó. Estuvo vedado hablar de eso por días. Poppy no volvió ese verano a la cuadra. Nos dispersamos por días. Luego de un tiempo nos reunimos sentados en el cordón. Nadie hablaba. Parecía velorio. Entre todos los silencios. Sólo Guiyo habló.
--- Bue…después de todo somos chicos, así que podemos equivocarnos---
A mí todavía me resuenan las carcajadas.

martes, 16 de marzo de 2010

Cuestiones de baile

Reni tiene 9 y cree tener 19. Es una maga y tiene la onda encantada de estrellas. Es una estrella. Se reinventa siempre para pasarla bien. Se acomoda en lugares en los cuales la dejen brillar tranquila. Es nunca sencilla, antes muerta, obvio. Es agrandada por bonita y caprichosa por ser la primera. Quiere ser cantante y adolescente. Es plástica y flexible. Baila danzas árabes y claro, es solista en el grupo. Hace un tiempito que viene con la idea de ir a las matiné de los boliches de onda. Quiere contarles a sus amigas la experiencia. Quiere sobresalir como todo astro. Siempre me pregunta, al pasar por los bailes en la costanera, cuando la voy a llevar ahí. No me canso de repetirle que eso es a partir de lo 12 o 13 años, y empieza a sacar cuentas para saber cuanto tiempo más tendrá que soportar ese suplicio. A sabiendas, que el suplicio seguramente será mío el día en que comience la joda. Una noche estrellada, no podía ser otro el escenario, me trajo una propuesta.
--Tengo una idea para entrar--- me dijo al tiempo en que sacaba de su bolsillo un croquis del plan en papel de calcar.
-- a ver….---consentí.
-- Me disfrazo de enferma, en silla de ruedas, abajo vestidita ,¿no?, y le decimos que salí de la clínica con un permiso especial para conocer el lugar, cuando estemos adentro ya nadie se va a dar cuenta, ¿no está bueno?---

jueves, 11 de marzo de 2010

cuestiones gastronómicas

La gastronomía no es como cualquier otra actividad. Uno como comensal se expone a los criterios y humores de las personas que le cocinan y sirven. Eso crea un sometimiento casi mayúsculo a los empleados. Se sabe que son personas de poca tolerancia al reclamo y como consecuencia de ese acto se cobran venganza fácilmente. Me atrevo a decir que en un restaurant casi siempre estamos entregados al devenir. Tal es el caso de Marquitos. A quien no me animo a etiquetarlo de algún modo. Fue mozo, adicionista y cocinero. Cuando mozo desarrolló actividades difíciles de definir por su cuantía en maldad adolescente. Creador del fernet batido, situación que incomodó al dueño al batir un fernet-cola y bañarse luego de abrir la coctelera, era conocido como el intocable por sus revanchas sicilianas. Nadie se metía con él. Cuentan que había un muchacho que pretendía a su prima. Se ganaba el pan vistiéndose de Winny the pooh en el trencito de la alegría. El transporte, que recorría la ciudad con turistas, paraba cerca del restaurant. En verano, debajo del disfraz la sensación térmica rondaba los 45 grados centígrados. El muchacho estaba ensopado dentro de la trampa de peluche. Frecuentemente, entraba a usar el baño, a pedir agua o a pedir algo para picar entre vueltita y vueltita. Marquitos, al enterarse del affaire del pretendiente con su prima, no tardó en generarle trastornos. Le ponía la cabeza gigante de peluche en la mitad de la calle cuando se la sacaba para entrar al baño o le pisaba la cola de su traje cuando corría a usarlo. Un día, le ofreció vodka en vez de agua y en otra oportunidad le sirvió en un vaso, agua, sal y hielo cuando moría de sed. Pero la máxima fue cuando el joven le pidió comida y Marquitos le empanó un trapo rejilla en forma de milanesa, lo cocinó y se lo dió. Había que ver como ese santo no protestaba y estiraba la rejilla para poder comerla. Marquitos era músico de una banda de rock pesado. No le gustaban sus tareas y menos un pretendiente para su prima con el aspecto del mítico osito de Disney. Detestaba su rutina. Estaba un poco peleado con la vida. La necesidad lo había llevado a ese lugar. Como nos sucede a muchos de nosotros tantas veces. Recuerdo alguna vez haber escuchado una frase célebre suya acerca de la problemática del barilochense.
---Acá hay dos tipos de personas. A las que le chupa un huevo todo y a las que realmente les chupa un huevo todo--- decía mientras se liquidaba relamiéndose su sexto porrón de cervecita negra. Creo que esa frase puede extenderse a muchos sitios del planeta. O bien al planeta mismo.

viernes, 26 de febrero de 2010

Cuestiones primeras

Traían el sueño en los pies. Se dormían caminando. El alba les servía de telón para actuar. Volvían engarzados. Embelezados por la mística de la líbido incipiente. La sonrisa acompasada de la noche. Sordos. Con el zumbido de la resaca desde el estómago a los oídos. El olor a cigarrillo. Olor a trasnoche. Ella recogía flores silvestres y armaba un ramito que perduraría en recuerdos. El le contaba cosas que ella ni siquiera escuchaba. El silencio les amparaba. Mucho se habían mirado. Mucho se habían pensado. Mucho se conocían. Poco se sabían. Ella entrecerraba los ojos y el cuerpo. Tal vez no estaba lista. Nunca se sabe eso. El quería cruzar el umbral de sus desvelos. Tal vez no estaba listo y nunca se sabe eso. Sólo se sentaron en una cerca. En el momento exacto y en el sitio imperfecto. Sin hablar con la boca se besaron. El beso les copó la parada en eternos segundos que serían lo primero en ambos. Sin peros. Calló la boca y habló el cuero. Volaban a través de la niñez para sentirse raros. Aterrizaban en las endorfinas. El juego básico del instinto que comenzó con el diálogo de los sentidos. En el secreto que guarda la luna. Desatando el sudor. El temor. El temblor. La ilusión. La química y las ganas. Así fue el primer beso. El que se recordaría por siempre.
Tal vez ambos no estaban listos.
Nunca se sabrá eso.

jueves, 25 de febrero de 2010

Cuestiones cinematográficas


Alguna vez estuve comprometido con el cine. Cuando era más osado y en compañía de algunos creativos formamos algo para filmar. Devenida la idea de unas copas de más, teníamos menos que lo básico para arrancar. Casi el ciento por ciento eran las ganas de hacer. Nos reuníamos como mesones a la noche de cada martes y planeábamos contar historias. Hicimos algunos mamarrachos en 8mm, pero que hoy podrían tener más asidero en las pantallas que otras superproducciones. Eramos atemporales. Filmábamos día y noche sin tiempos reales y si en el guión llovía teníamos que esperar por los chaparrones para hacer correr la cinta. “El amor es ciego o a primera vista”, fue el primer corto. Un ciego enamorado que sacaba un palo blanco de 3 metros por la ventanilla de su auto buscando el cordón para estacionar, y se llevaba por delante a una sorda que no escuchaba sus confesiones pasionales ni sus bocinazos. El no veía y ella no escuchaba. Nada receptivos, pero enamorados a través de sus olores. Una paradoja bastante común en el mundo real. “ Paraguas”, era una visión de un mundo lluvioso en el cuál los mismos se incorporaban a la vida cotidiana de los personajes, usándose en todas la actividades. Se filmó un Partido de fútbol donde los jugadores usaban paraguas. Una escena de sexo detrás de los paraguas. Chefs cocinando con paraguas y hasta un tipo que se duchaba con el paraguas abierto. Dos meses esperando que coincidieran las voluntades y la lluvia para filmar. Un disloque. Esos me habían gustado. Después vinieron otros fracasos excelentes; “Calesita”, y “ Cuestión de valijas”. Pero nuestro corto estrella fue “El inquilino”. Ahí escribí el guión y la música. Se había pensado para el concurso “ Moliere”, premio promovido por la embajada de Francia como estímulo cultural. El tema era “ventanas de Buenos Aires”. Entre cientos de reeles llegamos a una precalificación. Quedaron 10 cortos clasificados. Ahí estaba el nuestro. Estábamos emocionados. Al director le había encantado el guión. Buscando una ventana representativa de la ciudad terminé en las del obelisco. Quise esas ventanas para contar. Pedimos permiso a parques y jardines, examinaron la historia y nos dejaron entrar al monumento por cuatro días. Había tanta onda, que hasta al jardinero municipal que nos abría los 5 candados para entrar lo tomamos de portero del edificio para la filmación. No necesitaba ni vestuario. El corto duraba 13 minutos .Se trataba de un muchacho venido del Chaco a la Capital. Un timador le había alquilado el obelisco a un precio muy barato porque el lugar no tenía ni baño ni cocina. Así, en el monoambiente un poco ruidoso pero luminoso, vivía el estafado una semana con su hermana, su primo, su cuñado, el tío de su cuñado, un perro atropellado en la 9 de julio y un gato malevo. Todos extras por el sánguche y la coca. La filmación alteró el tránsito. Pese al permiso especial intervino la policía. Obviamente más tarde fuimos desalojados casi violentamente y salimos en las noticias. En el corto y en la realidad. La realidad cortada. Sin darnos cuenta denunciábamos todo. La discriminación, el avive del porteño, la necesidad inmobiliaria, la represión, la solidaridad, el valor del confiado y la ventana más vista de la ciudad y por la que nadie ve. Eso no les gustó a los jueces del concurso que prefirieron bajar de tono la cuestión y dar el premio a un corto que relataba la restauración de las ventanas de embajada francesa en Buenos Aires.(¿?). El yo lo ofrezco, yo lo compro. ¿Un blef manipulador?. Y bueno, a ésta altura de mí vida me va mejor siendo malpensado en ciertas ocasiones. Igual, recuerdo las filmación en el obelisco. La mugre del lugar y el sofoque al subir esas escaleras me quedaron marcados en la memoria. Adentro del monumento nos ensuciaban hasta las paredes. Al reunirme con el hollín y el smog ocasionalmente, me transporto a aquellos días en los que hacíamos “ bandera” en un símbolo “patrio”. Nos divertíamos y disfrutábamos. Aprendíamos mucho. A valorar lo que pensábamos. A no delimitar la cabeza. A dar un mensaje en pocos minutos. Teníamos veinte y pico y estábamos en sinergia de grupo. Claro que para muchos eso no correspondía a los valores y al respeto en una sociedad civilizada.