sábado, 27 de marzo de 2010

cuestión de aventuras


En las fotos me descubro diferente. Un trozo de jean que servía de parche. La vida enmendada. Fui el segundo de la zaga. Ligaba la pilcha heredada y los libros del mayor. Para colmo de males él era prolijito y ordenado. A mí jactaban otras cosas. Mi alegría calentaba el sol. Las tostadas de la abuela y el amor en mermelada. Mi planta naranja lima .La tele en blanco y negro que me chorreaba colores. El zorro que siempre huía del capitán Monasterio. Meteoro. El capitán escarlata. Isidorito. Pepe Curdeles, jurisconsulto y manchapapeles, que se reía. Mi abuela preguntando si Soldán la veía y sabía que ella lo adoraba. Toda esa magia en mis retinas hicieron recuerdos. La sonrisa de la más fuerte del grado. Aquellos puchos afanados. La plaza como club natural de encuentros. El primer beso. Las rodillas con frutillas. La bandita de la cuadra. Las bicis con palitos en los rayos para jugar a que tuvieran motor. Los abiertos de paleta con redes de arpillera. Los carritos de rulemanes y la barranca de Urquiza. Andar sin miedos. La mente fresca y el cuerpo de goma…
Eramos unos cuantos para jugar. Nenas y nenes. En aquella época las nenas no jugaban al fútbol y se complicaba inventar un juego para todos. Después de las deliberaciones, se votaba. Las escondidas, el basta, las bicis, ring-raje. Todo aquello también cansaba. Entonces, reinventamos. Coincidimos en dar una vuelta a la manzana por los techos de las casas. Viviamos en una calle cortada, club social y natural que abría sus puertas a la hora de la siesta. La consigna era arrancar la travesía por lo de Guiyo siguiendo por lo de Rodri, luego la casa de Ladio, el taller de Chicho, la esquina del gordo Juan, lo de Ricki y terminando por lo de Javier y Jandro. Esa casa tenía conexión por la cortada. Nos animamos siete. Tres osadas y cuatro tunantes. Iniciamos sorteando el primer escollo con éxito rotundo. El perro de Guiyo que era bravo dormía el calor del verano. Seguimos sin novedades por lo de Rodri. Contando anécdotas, riendo bajo y en hurtadillas. Luego por lo de Ladio, el venía con nosotros, y fué fácil. Se sumó ahí Kimba, un gato blanco conocedor de tejados. El taller de Chicho estaba cerrado entonces el ruido no despertó sospechas de la travesía. A esa altura del recorrido estábamos satisfechos. Hicimos un pequeño picnic en el techo de lo del gordo Juan. Sacamos la cantimplora y le dimos al nesquick con óperas. Nos costó llegar a lo de Ricki porque la medianera estaba alambrada. Ahí Clarisa se cortó y Poppy le hizo un siete al pantalón. Guiyo se asustó y desertó. Se fue con Marisol y Ricki. Nos quedaba el último tramo. Hacía calor. Saltamos a través de un árbol cómplice detrás de los pasos de Kimba. Pasamos Los cuatro restantes al techo de lo de Javier y Jandro. Faltaba poquito para llegar. La casa estaba un poco caída. Eran techos de chapa. Crujían. Ni los del teléfono querían pasar por ahí. Ni el abuelo de Javier y Jandro, Don Eliseo, había subido después de hacerlo. Hacía treinta años de eso. Nosotros pasamos igual. Al llegar a la mitad, el techo se derrumbó. Caímos Poppy y yo al lado de la cama de Don Eliseo que dormía una siesta. El sitio se llenó de caos. El ruido despertó la ira. El viejo agarró la chancleta entre el polvo y las chapas. Nosotros nos sentimos caer en una trampa. Desesperados, Poppy le tiró un almohadón y yo sin una zapatilla corrí como si fuera por la medalla de oro.
--Rajemooooooos!!!!!!!!--- dije
-- Voy a llamar a la policería--- gritaba el viejo.
Por suerte no veía bien sin sus lentes. Aquello facilitó nuestro escape. Al pasar por lo de Amelia, tiré la otra zapatilla. Los otros abrieron la puerta y zafamos. Corrí hasta casa en diez segundos. Tomé unas ojotas, me cambié la remera blanca por una verde y salí.
Afuera estaba el barrio convulsionado. La policía venía en camino. Se escapaba mi corazón por la boca. Mi vieja y mi hermano me preguntaban si yo tenía algo que ver. Don Eliseo despotricaba.
---Eran unos ladrones. Estaban armados. Uno tenía la remera blanca y se le escapó una zapatilla.---
Era mi fin. Cabeceé y le guiñé el ojo a Jandro. Me entendió de toque. Corrió hasta lo del abuelo y se hizo de la prueba del delito tirando la zapatilla a lo de Ricki. Con suerte de novato quedó enganchada en un cable. Al volver a la reunión de vecinos, le ví la cara de preocupado. Estaba a la vista. De pronto, nos salvó un aguacero.
--- Vamos…vamos. Acá no pasó nada.---arengó la policía al enterarse.
No vieron las zapas. Nadie confesó. Estuvo vedado hablar de eso por días. Poppy no volvió ese verano a la cuadra. Nos dispersamos por días. Luego de un tiempo nos reunimos sentados en el cordón. Nadie hablaba. Parecía velorio. Entre todos los silencios. Sólo Guiyo habló.
--- Bue…después de todo somos chicos, así que podemos equivocarnos---
A mí todavía me resuenan las carcajadas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

dejame tus huella