jueves, 25 de febrero de 2010

Cuestiones cinematográficas


Alguna vez estuve comprometido con el cine. Cuando era más osado y en compañía de algunos creativos formamos algo para filmar. Devenida la idea de unas copas de más, teníamos menos que lo básico para arrancar. Casi el ciento por ciento eran las ganas de hacer. Nos reuníamos como mesones a la noche de cada martes y planeábamos contar historias. Hicimos algunos mamarrachos en 8mm, pero que hoy podrían tener más asidero en las pantallas que otras superproducciones. Eramos atemporales. Filmábamos día y noche sin tiempos reales y si en el guión llovía teníamos que esperar por los chaparrones para hacer correr la cinta. “El amor es ciego o a primera vista”, fue el primer corto. Un ciego enamorado que sacaba un palo blanco de 3 metros por la ventanilla de su auto buscando el cordón para estacionar, y se llevaba por delante a una sorda que no escuchaba sus confesiones pasionales ni sus bocinazos. El no veía y ella no escuchaba. Nada receptivos, pero enamorados a través de sus olores. Una paradoja bastante común en el mundo real. “ Paraguas”, era una visión de un mundo lluvioso en el cuál los mismos se incorporaban a la vida cotidiana de los personajes, usándose en todas la actividades. Se filmó un Partido de fútbol donde los jugadores usaban paraguas. Una escena de sexo detrás de los paraguas. Chefs cocinando con paraguas y hasta un tipo que se duchaba con el paraguas abierto. Dos meses esperando que coincidieran las voluntades y la lluvia para filmar. Un disloque. Esos me habían gustado. Después vinieron otros fracasos excelentes; “Calesita”, y “ Cuestión de valijas”. Pero nuestro corto estrella fue “El inquilino”. Ahí escribí el guión y la música. Se había pensado para el concurso “ Moliere”, premio promovido por la embajada de Francia como estímulo cultural. El tema era “ventanas de Buenos Aires”. Entre cientos de reeles llegamos a una precalificación. Quedaron 10 cortos clasificados. Ahí estaba el nuestro. Estábamos emocionados. Al director le había encantado el guión. Buscando una ventana representativa de la ciudad terminé en las del obelisco. Quise esas ventanas para contar. Pedimos permiso a parques y jardines, examinaron la historia y nos dejaron entrar al monumento por cuatro días. Había tanta onda, que hasta al jardinero municipal que nos abría los 5 candados para entrar lo tomamos de portero del edificio para la filmación. No necesitaba ni vestuario. El corto duraba 13 minutos .Se trataba de un muchacho venido del Chaco a la Capital. Un timador le había alquilado el obelisco a un precio muy barato porque el lugar no tenía ni baño ni cocina. Así, en el monoambiente un poco ruidoso pero luminoso, vivía el estafado una semana con su hermana, su primo, su cuñado, el tío de su cuñado, un perro atropellado en la 9 de julio y un gato malevo. Todos extras por el sánguche y la coca. La filmación alteró el tránsito. Pese al permiso especial intervino la policía. Obviamente más tarde fuimos desalojados casi violentamente y salimos en las noticias. En el corto y en la realidad. La realidad cortada. Sin darnos cuenta denunciábamos todo. La discriminación, el avive del porteño, la necesidad inmobiliaria, la represión, la solidaridad, el valor del confiado y la ventana más vista de la ciudad y por la que nadie ve. Eso no les gustó a los jueces del concurso que prefirieron bajar de tono la cuestión y dar el premio a un corto que relataba la restauración de las ventanas de embajada francesa en Buenos Aires.(¿?). El yo lo ofrezco, yo lo compro. ¿Un blef manipulador?. Y bueno, a ésta altura de mí vida me va mejor siendo malpensado en ciertas ocasiones. Igual, recuerdo las filmación en el obelisco. La mugre del lugar y el sofoque al subir esas escaleras me quedaron marcados en la memoria. Adentro del monumento nos ensuciaban hasta las paredes. Al reunirme con el hollín y el smog ocasionalmente, me transporto a aquellos días en los que hacíamos “ bandera” en un símbolo “patrio”. Nos divertíamos y disfrutábamos. Aprendíamos mucho. A valorar lo que pensábamos. A no delimitar la cabeza. A dar un mensaje en pocos minutos. Teníamos veinte y pico y estábamos en sinergia de grupo. Claro que para muchos eso no correspondía a los valores y al respeto en una sociedad civilizada.

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